En 1908, Kikunae Ikeda, un científico con gusto por los descubrimientos, desenterró un sabor que se propagaría en cascada por los paisajes culinarios de todo el mundo. No era ni dulce, ni agrio, salado ni amargo. Este sabroso enigma, más tarde identificado como glutamato monosódico, cautivó su curiosidad culinaria y lo impulsó a encapsular este sabor en una forma tangible, un polvo, tejiendo así un nuevo hilo en el tapiz de la cocina global. De este momento crucial brotaron las semillas de Ajinomoto, una empresa que entrelazaría su narrativa con la historia del sabor global.
Ajinomoto, que encarna la "esencia del sabor", no solo permaneció en las cocinas japonesas, sino que se embarcó en una expedición mundial de sabores. A mediados del siglo XX, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos adoptó el glutamato monosódico, lo que le permitió realzar clandestinamente los sabores en numerosos alimentos procesados y ofertas de restaurantes, especialmente en las creaciones culinarias chino-estadounidenses.
Hoy en día, el sabroso legado de Ikeda impregna las cocinas de todo el mundo, y Ajinomoto se está convirtiendo en un titán del sabor valorado en la asombrosa cifra de 10 mil millones de dólares. Además, el glutamato monosódico acaricia con su sabroso susurro creaciones culinarias en más de 100 países. Es fundamental destacar a China en este sabroso viaje, ya que aporta generosamente un enorme 67% a la producción mundial de glutamato monosódico, afirmando su importancia culinaria en el escenario mundial.